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Su vida

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Misionero en la Araucanía

 

El 3 de enero de 1935, fray Francisco Valdés llegó a Chile. Días después, viajaba a la Araucanía.

San José de la Mariquina (1935 – 1939)

 

Su primera misión fue la de profesor de filosofía en el Seminario Mayor de San Fidel en San José de la Mariquina (Región de Los Ríos), una tranquila ciudad rural a 80 km de Villarrica. El Seminario había sido fundado en 1925 por el entonces vicario apostólico de la Araucanía, Guido Beck de Ramberga, para formar sacerdotes para la Iglesia del sur de Chile. 

 

Para los seminaristas mapuche, el padre Francisco fue un guía espiritual inolvidable. 

 

Los días de asueto salía a misionar, internándose a pie hasta los lugares más alejados donde nunca llegaban sacerdotes. Enseñaba catecismo, hacía bautizos y matrimonios, predicaba, reparaba iglesias, capillas y escuelas. El joven Francisco se hizo amigo de todos, mapuche, chilenos, católicos y luteranos… 

 

En adelante, y por muchos años, los verdes campos de las tierras araucanas verían pasar y detenerse a hacer el bien al joven misionero de caminar infatigable, entregado por entero a su apostolado en favor de los más débiles.

Boroa (1939 – 1943)

 

En febrero de 1939, fue destinado como vicario parroquial para ayudar al anciano sacerdote de la misión de Boroa, en Nueva Imperial, en el corazón de la Región de la Araucanía.  

 

Esta misión había representado un arduo trabajo para los misioneros capuchinos ocupados de la evangelización y educación de sus habitantes, mayormente mapuche. El libro Lemunantü, escrito por el padre Francisco Valdés, refleja el esfuerzo de sus compañeros de Orden y el alma noble y bravía del pueblo mapuche. El relato enseña cómo la conquista espiritual de ese pueblo no se debió finalmente a las armas ni a las astucias o al dinero, sino a la Gracia vencedora de Dios y al sacrificio constante y abnegado de los misioneros. 

 

Durante sus años en Boroa, visitó sus parroquianos mapuche hasta en los lugares más alejados. En 1939, se hizo cargo de la dirección espiritual de la Congregación de Hermanas Misioneras Catequistas de Boroa. Inolvidables fueron las actividades religiosas comunitarias organizadas por el joven misionero, como el Congreso Eucarístico en Villarrica donde, llevando la Eucaristía, una procesión de tres naves a vapor y tres lanchones atravesó el lago mientras, en las orillas, cientos de adoradores rezaban y cantaban con piedad y sencillez que emocionaban el alma. 

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